sábado, 24 de enero de 2015

Algunos monstruos no logran distraerse con canciones

¿Por qué en un país en el que las muertes violentas se cuentan por miles cada año, la gente se conmociona cuando la tragedia toca las puertas de una celebridad? Una posible respuesta apuntaría a que, sumergidos en un mar de desgracias anónimas, las que ocurren a personas conocidas permiten confluir, por un momento, todos esos dolores en una sola cara.

Como si la desdicha sirviera para aflorar un necesitado espíritu de hermandad. De acercar a la gente en esa calamidad común que se ha vuelto el día a día en nuestro país.

El pasado martes, las noticias comenzaron a circular por Twitter desde muy temprano, indicando que Tyrone González, afamado músico de hip hop conocido como Canserbero, había acabado con su vida esa madrugada al lanzarse al vacío desde un piso 10, luego de haber dado muerte al bajista del grupo Zion TPL, Carlos Molnar.

Según circuló posteriormente en los medios, Canserbero atravesaba un agudo cuadro de depresión, por lo que Molnar (que era su productor desde el año pasado) y su esposa, Natalia Améstica, lo habían invitado a su casa a fin de ayudarlo a pasar el duro momento por el que pasaba.

El matrimonio Molnar Améstica vivía en un edificio al norte de Maracay, junto a sus hijos de doce y ocho años, respectivamente. Una versión periodística habla de una celebración la noche anterior, por el cumpleaños de la hija mayor de la pareja, a la que habían invitado al cantante para distraerlo un poco. Otra señala que, conscientes del momento particularmente agudo de su depresión, habían enviado a los niños con la abuela y lo invitaron a que pasara unos días en su casa.

Según se dice, los altibajos emocionales de Canserbero llegaban a producirle alucinaciones. También, que mitigaba los ataques de pánico tomando papel y lápiz para componer sus canciones.

Ese martes, antes del amanecer, Canserbero tocó violentamente la puerta de la habitación donde dormían sus anfitriones y, en cuanto Molnar abrió, se abalanzó sobre él en estado irascible. Al verlo fuera de sí, Molnar tuvo ocasión de llevarlo hasta la sala mientras le indicaba a su esposa que se escondiera en la habitación. Esta obedeció y, desde el closet de la misma, llamó al 911 para pedir ayuda. Desde allí pudo escuchar una pelea muy violenta y unos vidrios que se rompían.

Y luego el silencio.

Cuando finalmente salió del cuarto, encontró a  su esposo muerto en la sala. Tenía varias heridas en el cuerpo. Para ese momento, el cuerpo de Tyrone González yacía sobre el pavimento, diez pisos abajo. Al parecer, luego de producir las heridas mortales a su productor, se lanzó por la ventana de la cocina.

¿Estuvo Canserbero consciente de lo que hacía? ¿Lo estuvo luego de ver a su amigo muerto, asesinado por su mano? Nunca se sabrá. En cualquier caso, esa tragedia ocurrida el pasado martes, es el colofón –y de qué manera- de una vida tormentosa. Una tragedia con una víctima de sus propios demonios y otra, paradójicamente, de su  solidaridad.

Lo cierto es que, aunque saltara a los medios con especial énfasis por referirse a una persona conocida, se trata de una más de las tantas tragedias cotidianas que se cocinan en este  hervidero de rabia, miedo, violencia y pugnacidad en la que se ha convertido esta Venezuela de principios del siglo XXI. No es de extrañar que esa sofocante atmósfera contribuya a alborotar los monstruos de todos aquellos que crecieron lidiando con ellos. Unos los van llevando. Otros, menos afortunados, son devorados por ellos el día menos pensado.

Como Canserbero, que al parecer no los pudo seguir distrayendo con canciones.

Fuente: Cortesía

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